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Palabras a a cargo del editor. Presentación realizada en la librería Laie (Barcelona, 2006)

Lo primero que sorprende en este poemario es el tono, muy sostenido desde el primer hasta el último verso –algo en sí ya muy difícil–, un tono desconcertante, inusual, que le deja a uno algo perplejo, pues parece estar templado en algo que podríamos llamar disparatada cordura. En una primera lectura, rápida y superficial, puede parecer que estamos ante algo simplemente ingenioso, pero una relectura –o varias relecturas, como siempre pide la buena poesía– nos abre, de un modo a mi parecer muy cuidado, distintas capas de percepción: aparecen de pronto sombras imprevistas, astillas de significado, el eco de otras voces, rumores, una historia subterránea que nunca llega a hacerse evidente. Todo ello es posible gracias a la habilidad con que se modula la voz que habla en estos poemas, una voz extremadamente educada, muy discreta, amable, pero que, al mismo tiempo, no protagoniza, no representa en ningún caso una literatura amable, sino todo lo contrario. Quien habla en este libro es capaz de contar el infierno sin perder la compostura y  sin gritar, lo cual siempre es muy de agradecer. En un tiempo en que abundan la retórica hueca, la grandilocuencia, la autocompasión y proliferan los espectáculos literarios en que espectadores y actores se revuelcan sin pudor en su propio dolor, sorprende y emociona leer estos poemas que parecen avergonzados de su propia suerte y en los que late una tristeza, una sugestión de despedida y pérdida como disimulada, disciplinada, con una conciencia muy acusada de su propia decencia y de la trascendencia de su dolor, demasiado valioso para ser representado sin decoro. Un dolor educado, reticente, que se defiende de sí mismo además con un sentido del humor muy particular, capaz de pulverizar las expectativas creadas en las primeras estrofas del poema y llevarnos a un final inesperado, imprevisible, que nos expulsa, por decirlo así, de un ámbito íntimo que no nos corresponde.

A lo largo de este libro parece desarrollarse, muy lentamente, un proceso de despojamiento, de desahucio, la construcción y asunción de una ausencia, de índole claramente amorosa. La obsesión callada por un amor roto o alejado, fantasmagórico, atraviesa como una soga el cuerpo de todo el poemario hasta el punto de que la ausencia, la pérdida, ya no se encarna en el ser amado sino en quien ama todavía. Podríamos decir que de tanto convocar a un fantasma, la voz de estos poemas se ha convertido en el fantasma. O para decirlo en palabras de Arreola: “La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de las apariciones”.

Por otra parte, otro de los aspectos relevantes de este libro es el escenario en que se desarrolla, un escenario que, antes que una ciudad, es el encuentro con una ciudad, Barcelona, hallada por avatares que se parecen mucho al exilio. Sin embargo, la imagen de la ciudad no es aquí, a pesar de los títulos de algunos poemas –Ciutat Vella, Rambla del Raval, Motjuic–, concretamente geográfica, y desde luego no tiene nada que ver con los ejercicios turísticos, complacientes y folclóricos que tantas veces genera el lugar; antes bien, se trata de una ciudad interior, de un paisaje urbano esencialmente íntimo en el que se engasta ese proceso de desahucio del que antes hablábamos. La ciudad extranjera es tan sólo el teatro en el que se encuentra la ausencia: “Era Barcelona siglo XXI / un invierno que no me recordaba / especialmente a ningún otro / y la mañana había empezado / sin mí / poc a poc / pero irremediablemente”. Aquí se ve claramente lo que decíamos antes sobre la facultad higiénica del humor, cómo con un breve ‘poc a poc’ neutraliza la fatalidad de lo que está diciendo.

Podríamos estar mucho más tiempo comentado aspectos de este libro, muy rico en matices y detalles. Podríamos hablar de cómo roza aspectos de la historia del país en un poema terriblemente memorable como “Montjuic”, pero no quiero extenderme más de lo necesario. Tan sólo quisiera acabar con un elogio al estilo de Eduardo Rezzano, a la extraordinaria economía con que afila sus poemas, despojados de toda ornamentación superflua, esculpidos como en granito, salvados del ruido y la verbosidad, ateridos en el rincón más frío de la habitación, pero sin perder ni un solo momento la capacidad de atención, de amabilidad, de caridad diría incluso, sin perder, a fin de cuentas, la humanidad que vibra en todos y cada uno de sus versos.

 

Andreu Jaume

 

Gato barcino. Eduardo Rezzano

Tras un poema inicial que inscribe el libro en un modo que es el de los mitos de los orígenes –se menciona a Adán y Eva, se nombra el incesto–, en el segundo quien ha tomado la palabra hace saber que ha navegado hasta salirse del mapa y al concluir el poema volverá a utilizar el léxico náutico para decir: “mis ideas / restos de un naufragio / flotarían a la deriva”. Con lo primero, Eduardo Rezzano (La Plata, Argentina, 1968), poeta y músico, está diciendo en clave que su libro es el resultado de un viaje a los orígenes, a Europa y en concreto a Barcelona –y en títulos, “Ciutat Vella” o “Rambla del Raval”, y en los versos van sucediéndose otras referencias, “poc a poc”, por ejemplo–. Con lo segundo, la voz poética deja ya expuesto que sus palabras, que dicen sus ideas, no se van a ofrecer como un todo acabado, sino como restos de un naufragio –y algo dice también esto sobre la peripecia del viajero– que además no siguen un curso establecido sino que vagan sin rumbo.

Y así es: el discurso de Gato barcino –título donde se deja leer una referencia indirecta a Barcelona y convendrá añadir que “gato” es en Argentina un cierto ritmo musical y su baile, aunque también un gato barcino se pasea por los versos– renuncia a algunas de las máximas de la comunicación general ya sea por elipsis, ya por el trabajo de las imágenes o por otros procedimientos, todos ellos típicos de la escritura poética, a la que en general le pertenece lo fragmentario, y en particular una que no ignora las adquisiciones de la vanguardia. De este modo, la lectura, más que ser la adquisición directa de una historia o de unas anécdotas, se convierte en una aventura, un viaje, a través del lenguaje, por unas palabras de las que se dice “habían perdido su significado”. Y, si éste no está absolutamente perdido, sí que está puesto en jaque, como cuando se lee “que la cantante tenga / tres piernas” o un absurdo estupendo como : “Aleluya / si no hemos vencido / al menos estamos / muertos”. El lector, pues, no puede permanecer pasivo, sino que cobra una función de constructor, aunque sea parcial, del discurso.

El tiempo barcelonés del sujeto de estos poemas está hecho de lo cotidiano y de lo extraordinario, o de lo que se dice como tal, y recuerda algo a los personajes de Doce cuentos peregrinos de Gabriel García Márquez, también viajeros a Europa donde les espera algún suceso que supera las expectativas habituales. Así, en este libro se ama, se muere, se pasea por las Ramblas o se sueña ser Heidegger o se ocupa el lugar de padre para unos gusanos nacidos de los huevos que una mariposa ha puesto en el balcón y, por esa rara lógica que todo lo gobierna, se les enseñará a volar “arrojandome / por la ventana”. Bajo el signo del gato, animal poético al menos desde Baudelaire, todo tiene su posibilidad en el poema.

Libro, en fin, pleno de interés, de poesía, que en ningún momento desfallece y, si al final se lee “Me quedé sin palabras”, son esas palabras, las ofrecidas, un verdadero enriquecimiento del lector.

 

Túa Blesa (suplemento El Cultural, diario El Mundo)

 

Fora de lloc

1. Existe un concepto nada descabellado, que quisiera compartir, y es ese que afirma que “en el fondo, cualquier unidad rítmica de los sentidos, sólo puede descubrirse superando el organismo”. El tono deleuziano que esta afirmación intenta decir, o bien mostrar, es un diagrama que propugna un primer plano, allí donde debieran erigirse los trazos representativos de un trabajo articulado. No siempre ocurre esto. Superar al organismo es desacelerar el momento donde finalmente sucede cualquier accidente. Pero todo choque es verdadero por la materialidad del lenguaje, que permanece virtual hasta que descubrimos el suspenso que lo constituye.

2. Así, Gato Barcino es una obra donde lo absoluto es imperfecto, inacabado, y a la vez desconcertante. Para eso, Eduardo Rezzano (La Plata, 1968) elabora un delicado equilibrio entre la distancia y lo lejano, donde se establece una aceleración absoluta en el franqueo del espacio mediante la estructura misma del verso. Estructuras mínimas, pero amplificadas por el acontecimiento que provoca la atracción del significado. En un poema de Gato Barcino se concentra esta estrategia: en la que Eduardo Rezzano pone a circular la estructura congelada del suceso poético. El poema se titula “Mamut” y coloca al yo en un lugar microscópico, que asume la vuelta al detalle en el centro del descongelamiento de la mole, como la única manera de recobrar posiciones en la vertebración del sentido. Ese poema trabaja una suerte de metamorfosis, la del poeta-narrador que encuentra “razones huidizas” en la pesadez de una nueva carcasa. Además nos dice mucho sobre la mirada de quien escribe, que se vuelve silenciosa, y al mismo tiempo transformada en un ser – un mamut- cuya estructura se desplaza con paciencia monumental, pero que tiene el espacio necesario para permitirse escuchar, sobre todo aquellas palabras que habían perdido su significado. Tal vez se trate de una parábola global del escritor, ausente de su sitio original, recuperando su capacidad de regenerar la palabra, después de un largo hiato, del que sólo asistimos al detritus del mismo.

3. Estos poemas de Rezzano buscan en el relato la supresión de toda sincronía. El tiempo, parecen decir los textos de Gato Barcino, está incluido en el poema como fórmula de camuflaje; es decir, donde debiera haber erosión y deterioro hay disfraz y máscara. Y ese doblez del tiempo narrativo en el poema hace que el centro del pasado de Rezzano, hecho recuerdo, lo sea a partir de la elección del tono, más bien de un color (como dice el poema "De madrugada") y luego ese color se transforma en la casa del poeta, en el meollo de un texto con grandes reminiscencias al pulso visionario de Jacobo Fijman. Claro que la diferencia primordial entre Fijman y Rezzano es la dirección del poema: en Fijman se da en forma vertical, pura ascensión, donde lo mítico encuentra refugio en el posicionamiento votivo de la palabra; en Rezzano, este movimiento es horizontal, proponiendo una superficie donde la lengua revoque la suspensión del énfasis. Los poemas de Gato Barcino vuelven democrática una lengua marcada por la jerarquía de la sintaxis.

4. Los poemas de Gato Barcino no trabajan contra la historia, sino que se montan sobre la historia, al tiempo que la pliega, exhibiendo sus hilachas, o bien los cortes de un antiguo esquema de ficción. En ese aspecto, el libro de Eduardo Rezzano parece ser deudor del montaje cinematográfico. En ese reducto de la metonimia que es Gato Barcino, se nos cuenta el acontecimiento de percibir en la soledad la membresía de un panóptico, una totalidad desalojada por el tono, que es molecular, porque contiene un mínimo de precisión allí donde otros esparcen sin relación el artificio. Por ese motivo, si alguien creyese que Gato Barcino se sostiene sólo por los datos visibles de una atmósfera minimal, tal vez desee leer otro texto.

5. En la serie Confesiones sobre la degradación y la pérdida de la belleza, uno de los puntos más altos de este libro, Rezzano se pone el traje de un William Blake inmigrante. Se trata de siete textos sobre extrañamiento, la disolución del tiempo presente, y el asombro que provoca el pormenor de la vida cotidiana en una gran urbe europea, como lo es Barcelona. Rezzano describe la amenaza interior de estar descentrado, donde prevalece la superficie metafísica de un movimiento pendular. El poeta escucha debajo de la cama lo que pareciera ser un desenlace violento. Son movimientos exteriores, que no lo incluyen, salvo cuando algunos versos más adelante lo involucra de lleno en una acción. Allí el poeta narra dentro del baúl de un automóvil, lo que parece ser una escena calcada del film Después de hora, de Martin Scorsese, donde la bola de nieve de las situaciones absurdas fagocita la capacidad de incorporarse y salir a flote del propio protagonista. Estos textos también recuerdan a un poema del escritor cubano Luis Rogelio Nogueras, llamado "El último caso del inspector", aunque la diferencia sustancial con ese trabajo es que el poema del cubano se muestra deudor del relato de Julio Cortazar, "Continuidad de los parques". También hay una fórmula narrativa en la mayoría de los poemas de Gato Barcino, pero sin entrar en resoluciones prosaicas, porque en ellos la poesía problematiza el recurso mismo del relato y lo muestra fragmentado, o mejor, facetado.

6. La poesía también se construye en base a la variación de los objetos. El objeto-mesa cumple su papel en esta obra. Y no de menor importancia. Todo lo que cuenta es ese objeto, que nunca es ni principio ni final, porque siempre está en el medio. En ese poema de los domingos, "Diumenges", donde el gato barcino se sube al pedestal de una mesa vacía, donde minutos antes, alguien derramó vino, en medio del murmullo de personas que no consiguen encontrarse. Esa alegoría barcelonesa del gato, en ese movimiento deseoso, perturbador en lo pasivo, de la palabra, hace de los textos de Rezzano una paradoja insustituible: en el momento donde dos almas solitarias debieran fundirse, sucede ese grado o nivel cero del desencuentro. Pero ese destino, en Diumenges, no hace más que amplificar el punto donde los personajes de Rezzano actúan a destiempo, se vuelven artefactos aislados en una ciudad que descalcifica cualquier anécdota nutritiva, digna de ser recordada.

7. Podemos decir, también que, a su manera, Rezzano apuesta por la “involución” de la palabra, en el sentido bien delimitado que habilita un concepto –ya tan familiar- como el del rizoma. Los textos de Gato Barcino son ese devenir que siempre consiste en involucionar, porque parten de la pirámide invertida del lenguaje, y con eso proporcionan una nueva jerarquía, sólo admisible en una construcción poética tan arriesgada como lógica. Tan socializada por la formación residual de un lenguaje que no pierde fluidez a base de pura economía.

8. En Gato Barcino, escribir depende de las fuerzas que se apoderan de la escritura. Mientras nuestro lenguaje está ocupado por fuerzas reactivas, hay que confesar que siempre resulta arduo escribir. Así, la escritura poética, puesta en funcionamiento en el libro de Eduardo Rezzano, tiene sus propias formas de ser activa. Cierto pensamiento asegura que las ficciones por las que triunfan las fuerzas reactivas constituyen lo más “bajo” en la disposición de cualquier poética. Pero la escritura de un libro de poesía se funda en ese posicionamiento de fuerzas, y es la genética de la escritura su descentramiento del habla. Por eso es poesía. Porque donde parece cristalizarse una contradicción, se instala una progresión, y no hay movimientos en serie que no reproduzcan la naturaleza de una estructura.

9. El libro de Eduardo Rezzano apuntala con su economía las bases de una poética, que se apoya en el trazo plástico de su escritura. Todo en Gato Barcino está sostenido por la esclusa de la fluidez; cuando se abre esa esclusa, los textos reconvierten en una sinusoide cualquier teoría del derrame. Las palabras, cuando estallan, contaminan la obra de Rezzano con imágenes por momentos fantásticas, nacidas de una mecánica Dadá, donde todo lo que semeja absurdo no lo es, porque es arte inexplicable. Y allí, en ese empalme de procedimientos, siempre habrá alguien que comience a hablar, aunque no necesariamente se manifieste. Los poemas de Gato Barcino refieren a aquello que habla, porque designa al nivel de significaciones, la superficie del acontecimiento.

10. Por último: no es fácil, ni siquiera en el nivel de la mera escritura, y del lenguaje, pensar la matriz de un libro como Gato Barcino. Sólo encuentro semejanzas entre las convulsiones ralentizadas de los primeros libros de Héctor Viel Temperley, y también en algunas intervenciones lumínicas, afiebradas, desperdigando sin locus cualquier lógica del relato, de la obra de ese otro gran poeta que es Miguel Ángel Bustos. En ese aspecto, Rezzano se muestra permeable al catalán, pero entabla un diálogo de sordos (o mejor: de solos) en función de la situación lingüística de los inmigrantes latinos en Barcelona.


Por otra parte, Gato Barcino construye su dispositivo de guerra contra la música de tonalidad ajena. Como Nietzsche, que se sentía polaco frente al alemán, Rezzano se siente argentino frente al castellano, primero, y al catalán, después. Gato Barcino es la síntesis de esa lucha territorial que no termina nunca, y sólo porque la tierra no es propiedad de nadie, encuentra un lugar acogedor en lo que Eduardo Rezzano entiende como desierto: un lugar donde irse a vivir, sin rumbo fijo, como los gitanos.

 

Mario Arteca (Sketchbook)

La soledad del gato

Ayer mismo por la tarde tuve ocasión de recorrer sin propósito inmediato las calles de Ciutat Vella, oscuramente, atropelladamente, esquivando hombros, retrovisores, gritos, rostros. Es muy fácil sentirse solo en Barcelona, y para eso importa poco que uno haya nacido en el Hospital de Sant Pau, entre vidrieras modernistas, o en Casablanca o en La Plata.

Gato barcino es el diario poético de un año de soledad en Barcelona. De la soledad del extranjero de paso en un pequeño piso, compartido quizá, del Eixample o el Raval. Soledad de transatlántico a este lado del Atlántico; soledad de inmueble sin amueblar, de nevera hueca –estas cosas las pone la imaginación del lector–; soledad de artista solo; soledad de gato urbano.

El gato es quizá el compañero de la soledad del poeta, pero sobre todo es la encarnación de esa soledad. El gato barcino no es ni mágico ni siniestro; no es uno de los gatos de Els Quatre Gats, ni le chat noir del cartel de Steinlen, ni el de Poe, ni el gato Bepo de Borges. Es simplemente el gato que mueve la cola y salta sobre la mesa vacía cuando las últimas palabras de despedida se cuelan por el hueco de la escalera, domingo abajo, “hasta el nivel cero del desencuentro”.

Por este escenario sin muebles desfilan, pues la soledad tiene sus oasis, los recuerdos de un pasado de pronto muy presente, las débiles amistades salvavidas, algún amor apenas incoado, la figuración épica autoafirmativa, el trato afable con la muerte... Una noche el poeta sueña que es Heidegger. Con todo, prevalecen el frío y el miedo de la incomunicación, como atestigua el último poema.

El estilo, por lo demás, es inclasificable. Lamento traicionar el objeto primario de una reseña literaria, pero no trataré de describirlo. Me limito a constatar que presenta esa facilidad que delata a los buenos artistas, y traigo un ejemplo; se titula “Padre”:

Una mariposa en

mi balcón
pone sus huevos

y se va

Pronto mi casa

se llenará de gusanos

a quienes alimentaré y

cambiaré los pañales

Seré un padre ejemplar

y a su debido tiempo

les enseñaré a volar

arrojándome por la

ventana

Eduardo Rezzano, hasta ahora inédito en España, nació en La Plata (Argentina) en 1968. Es músico y poeta, poeta raro e interesante.

Gonzalo Salvador (Poesía Digital)

 

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