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Animal farm


1. La compasión es el anexo desprevenido de la perversión. Esto que parece más bien una máxima, sin embargo sirve para amplificar el impacto que un libro como no fábulas, de Eduardo Rezzano, provoca en cualquier lector. El epígrafe que abre el libro editado por Vox (“Si el lenguaje nos hace humanos, la poesía nos ofrece el antídoto para devenir otra cosa”) cubre la mayor parte de nuestras dudas a la hora de terminar de leer el texto y caer en la tentación de comenzar de nuevo su lectura; y enseguida, justamente, deviene la pregunta: ¿no fábulas era sólo esto? Porque el libro de Rezzano, en coincidencia con ciertos pasajes de Gato barcino, trabaja zonas destinadas, al parecer, a un género como el de la fábula, que sugiere la trazabilidad de un bestiario, pero mutado en moraleja. La alegoría, la sucesión de categorías antropomórficas invisibles, hace de este género una posibilidad estilística.

Si hay algo que Rezzano conoce es trabajar desde la dualidad del discurso poético, ya probado en Gato barcino, uno de los libros clave en la breve pero importante obra de este escritor, y una de esas categorías emergente de estos poemas será hablar de un monosílabo. Pues entonces, hablaré desde el monosílabo, que es toda una creencia del alfabeto; y ese monosílabo es no. A pesar de la aclararación, Rezzano no nos anticipa su mirada sobre el género, sino que propone comenzar desde la inadecuación pero dentro de la forma. Esa fábula/no fábula en definitiva lo que hace es darnos el primer sacudón antes de la lectura.

2. Decíamos que para trabajar desde esa negación, Rezzano reinventó un género necesario e introducir la pesadilla de la diferencia. Así vemos en un poema como “Canción popular” la utilización de una tonada castiza, un revuelto de cante jondo que esconde un drama que no termina de estallar, y la puesta en funcionamiento de la fórmula indestructible de los libros de Rezzano, que consiste en combinar en forma natural todo aquello que un niño puede desear con todo aquello que un niño puede temer. Ya no importa si es el hortelano o un boticario (figuras de una retórica alejada del universo rioplatense) quien grita por que se lleven lejos la miseria, donde el hijo no es reconocido y un padre lo deja abandonado. En una misma escena, este poema de no fábulas nos ofrece una visión triangulada del sacrificio, donde en un mismo texto, el escritor asume su parte en nuna lengua muerta que está por nacer. Pero para que esta mixtura extravagante resulte efectiva, Rezzano necesitó darle a esa visión una casa adulterada, algo que hiciera que esos relatos bellos pero perturbadores, comiencen con una falla de origen. Y así nacieron estas no fábulas, como el trickster enfermizo de Ted Hughes, ese bufón azabache, resentido y conformado como un cuervo, nacido de la resaca de Poe para enfrentar con pocas armas a su creador, aunque en el caso de los textos de Rezzano lo que lo une a Hughes es la pertinacia con que esos personajes manejan un mundo, a su antojo, bajo un régimen de contradicciones. Si algo es absolutamente relevante en este libro de Eduardo Rezzano, es la simpleza con que esas contradicciones mutan desde la ternura, el relato ficcional hasta esa pequeña antropología de la disección que compone gran parte del mundo de estos poemas. Al igual que en Cuervo, de Hughes, los personajes de no fábulas creen más en la carne y en su aopetito que en la resurrección. No hay más allá en no fábulas, porque como en toda catedral, la primera piedra es la invisible. Siempre el origen es esa cosa incomprobable, diametralmente opuesta a los intereses eternos. Y estas fabulitas descentradas de Rezzano provocan el estallido del exotismo del presente, única manera en que encuentra poner en funcionamiento una propuesta universal. Si un poema debe ofrecer sólo imágenes que afecten la mente, como propone el escritor y filósofo mexicano Heriberto Yépez, entonces no fábulas responde a esa preceptiva con creces.

3. Un poema como “Aventura de un día”, cuya influencia secreta sería el poema “Intercambio cultural”, de José Emilio Pacheco, propone un absurdo que relata, en breves chsipazos metonímicos, la lógica de un tsunami. Animales y personas hinchadas, ahogadas por una repentina crecida que respondió no a fenómeno de la naturaleza, sino a la curiosidad del propio litoral marítimo. El poema intenta detectar hasta dónde soportamos la descripción de un desastre, y por eso, dota a un accidente geográfico de una condición inmanente del hombre: su capacidad de indagación. El litoral marítimo se internó / tierra adentro en el continente // quería conocer otras lenguas / otras culturas // pero vio todo pasado por agua / como a través de una lente / de aumento// Regresó decepcionado llevándose / vacas ovejas / caballos bayos pastores y aldeanas / todos con el vientre hinchado / flotando tiesos bajo el atardecer. Pero esa curiosidad mata, se lleva todo, arrastra con sus imágenes el impulso que nos lleva a pensar indefectiblemente en el refrán: “la curiosidad mata al hombre”.

4. Los poemas de Rezzano, en ese sentido, son como un niño gigante, como los de Johnatan Swift, que cree jugar con un muñeco cuando lo cierto es que se divierte con un hombre de un tamaño diferente, y de pronto el muñeco sangró, se rompió, no se mueve por voluntad propia; entonces el gigante sacude el juguete, que no responderá más, y enseguida rompe en llanto porque entiende que la diversión concluyó. Ese proceso inconsciente es la historia secreta de la desproporción, de la falta de simetría entre el deseo y la proyección de ese deseo. En otro texto, “Funeral”, Rezzano pone a su yo magnetizado por el abusrdo, a participar de su propia inhumación. Ante un cajón vacío, sólo resta acompañar a los deudos, entre una avenida de tilos y naranjos, bien platense, más aromática que un Poett. Hay un efecto de descentramiento absoluto en esa procesión que hace que el escritor se describa desde la periferia de los despojos, después de muerto, incluso por fuera de la percepción, en un trance hipnótico y desajustado de las réplicas sociales. Parece un autorretrato efímero, en medio de una descripción sin epitafio, sin descanso, sin la perturbación afiebrada de la identidad. Rezzano adhiere a esa muerte ralentizada, como el tronco hueco que cae por su propio peso, y apuesta a la tenacidad del paso del tiempo que debilita hasta los cimientos de las edificaciones más seguras. no fábulas propone que el suceso interno sea un estallido con impacto retardado, pero cuando sucede la explosión, finalmente, implosiona, y todo vuelve hacia el texto en forma de grito ahogado.

5. Se puede afirmar que Eduardo Rezzano es un viajero insomne, preparado para inventariar y repartir el patrimonio de todos. En este libro su juego no es necesariamente peligroso, aunque siempre resulta enigmático, y donde la compasión es el anexo desprevenido de la perversión. En un poema como “Patito feo”, está el génesis de la forma de este texto, y que podría ser, como ya dijimos, aunque no con un protagonista exclusivo, el libro Cuervo, de Ted Hughes, pero también mantiene un parentezco con Fábulas, de Juan Gelman (sobre todo en el uso deliberado de la invención), o bien con ese texto de trascendencia proverbial que es el Noé delirante, del peruano Arturo Corcuera. La diferencia con estos textos, entre otras, es que el libro de Rezzano mantiene una escritura áspera, aunque de un rigor sutil, sinuoso, retráctil. Como los juguetes de un creador desquiciado, los materiales con los que se compone no fábulas pertenecen a un funcionamiento sin origen patentado, pero donde puede verse la marca de una mueca en forma de bestiario, o mejor, de no bestiario, que es una manera inteligente de desmentir la fábula. Al no incluir una solución detrás del formato, Rezzano propone la ausencia de toda validez en sus poemas; porque estos textos no intentan convencernos de su propuesta, sino que la redistribuyen. Para muestra, basta aquel poema donde se juega a ese juego bastante curioso entre una ardilla y una serpiente –as dos llamadas Oligopol–, que consiste en no tocarse, porque de lo contrario el que comete infracción es muerto al instante por el otro. Son las leyes de la libre empresa, y una particular forma de incluir el perdón, donde la supuesta improductividad del logos toma cuerpo., es decir, cuando la inspiración llega a los límtes de la escritura para dar paso al sistema razonado de esa inspiración. Donde el precio de la escritura es alto pero, a diferencia de los oligopolios, proporcional a la producción.

6. Finalmente, Eduardo Rezzano trabaja en este nuevo libro una renovada salida del estilo; es una de las maneras que tiene de ser él mismo, o más bien, de inventarse. Lo suyo no es un desarraigo, ni una vuelta a escenarios reconocibles. Lo de Eduardo Rezzano es una tentativa de crear un espacio temporal frente a un espacio sin tiempo, tal como le gustaba afimar a Octavio Paz. Y para eso utilizó las armas que suele desplegar cuando escribe: morosidad, plasticidad y ambigüedad. Los dibujos extraordinarios que acompañan los textos no son parte de la obra, es la obra misma. Referirse a ellos es volver a decir las mismas palabras sobre no fábulas. Peca ha construido lo que Rezzano dispersó en un maremagnum de simbolos ambulantes, caracterizaciones antropológicas y miradas transversales sobre la psiquis. Rezzano ha conformado su propia sociología del detalle, y ese es su verdadero patrimonio.

Mario Arteca (Sketchbook)

Formas de lo real

no fábulas de Eduardo Rezzano está compuesto por tan solo catorce poemas y una serie de ilustraciones a cargo de Peca. En este caso, lo magro del poemario se apoya en la cuidada edición, que junto con las imágenes, componen algo cercano al libro objeto.

Una de las entradas posibles al texto es lo contranatura, aquello que viene a denunciar esta suerte de fábulas negadas –o meras realidades– con el disfraz del relato más “irreal” que acuña cualquier infancia. Así, vemos un esturión que cae en la tentación de comerse a su propia descendencia o manufactura: “El esturión visita sus / huevos dos veces al año // La primera en la factoría / iraní/ la segunda en un banquete / al que se lo invita”, o “El camello con su cara / de camello / repetía para sí // no tengo sed no tengo sed // pero ya había dejado de / intentar erguirse sobre / sus patas / y la arena empezaba / a cubrirlo”, o el híbrido mitad erizo mitad marmota que pide morir para no dar testimonio de la degeneración de su propia colectividad, o incluso, el funeral sin cuerpo: “Acudí a mi funeral / pero contra lo presumible / yo no iba en el cajón”. Lejos de aquellos relatos infantiles moralizantes que alejaban al animal de lo animal –personificándolo– para intentar acercar al hombre-lector a aquello que se suponía era su “natural bienestar”, como su título lo indica, los poemas de Rezzano se sostienen en la crítica de toda verdad, más que fábulas distorsionadas, apelan directamente a lo real.

El poema titulado “En el bosque”, presenta la anécdota entre una ardilla y una serpiente ambas llamadas “Oligopol” que desnuda el campo de fuerzas de una economía ajena a la palabra que la nombra. Un aparente equilibrio que no es tal, ya que son dos, se dice, y las dos comen de la misma tarrina, pero el día en que una ejerce el poder que tiene expulsando a la tocaya, cae el velo de la fábula hacia lo real. No había lugar para las partes sino monopolio: “Te guardé rencor y avellanas / te guardé rencor y avena arollada / dijo Oligopol la ardilla todavía / puedo compartirlo todo”.

El pragmatismo de la política moderna es otra de las lecturas posibles que suscita el texto. Como el patito feo versión cegetista que: “taló indiscriminadamente especies / protegidas y se hizo fuerte / bajo la camisa leñadora (...) Su cogote ahora grueso / no invitaba a discusiones / pactó con los osos (...) y dijo si me queda / una pluma de cisne / con ella redactaré / mis memorias”. O el hipopótamo demagógico que haciendo uso del relato oficial se permite una transformación hacia el ser más leve –una mosca– dejando escritas las páginas de su propia epopeya.

Los poemas de Rezzano hablan también del cuerpo, de los cuerpos que llevan la inscripción de una experiencia. Protagonista indiscutible de la política moderna, el cuerpo es el espacio a disputar para un cardumen de atunes “sadocientíficos” que encantan con una rima a toda una población poniéndolos a disposición de los laboratorios. Como el trabajador que tiene a su fuerza de trabajo como única moneda –devaluada– de cambio; los animales de no fábulas tienen como lo único y mejor a su cuerpo: aquello que los condena es lo que los salva. Los animales tienen su razón de ser en el texto a partir de lo que el cuerpo representa; y es en él dónde se inscribe la historia. Como el cuerpo torturado de Mr. Egg en el poema “La espera”: “Aun si pasara la noche / sin novedades / si amaneciera sin que / lo mataran // seguiría esclavo de / su vergüenza”.

En el comienzo del libro hay una frase que propone a la poesía como vía de escape de lo humano, un devenir animal quizá. Pero no, los poemas de Rezzano tienen algo de lo verdadero, de lo crítico, en lo humano. Los animales de no fábulas son demasiado humanos. Un litoral marítimo se adentra tierra adentro para “conocer”, pero regresa decepcionado: “...llevándose / vacas ovejas / caballos bayos pastores y aldeanas / todos con el vientre hinchado / flotando tiesos bajo el atardecer”.

 

Gabriel Cortiñas (El Interpretador)

 

 

 

 

no fábulas, la posibilidad de volver a leer con ojos de niño

Un libro apoyado sobre la mesa de un living perturba. Astor, que tiene cinco años y lee desde que tiene tres, recorre ese espacio físico poblado de sillones y bibliotecas. Cada vez que pasa cerca de la mesa mira de reojo el volumen que descansa en ella. La acción se repite una y otra vez hasta que decide encarar a su padre con una pregunta: "¿Papá, el libro que está ahí arriba es tuyo?". "Sí, hijo. ¿Por?". "No lo podemos dar vuelta porque la tapa es maso maso y me da miedo. Después a la noche voy a soñar", concluye el pedido Astor. Su padre sonríe y decide guardar el ejemplar en la biblioteca con los otros libros.

El libro en cuestión es no fábulas y lleva la firma del poeta y músico platense Eduardo Rezzano, pero como lo que inquietaba al pequeño eran sus ilustraciones vale la pena y debe decirse que pertenecen a Peca, también platense y radicada en Barcelona (España) desde 2001. Y ya desde la portada el libro resulta inquietante y si uno decide recorrerlo sin filtros, con ojos infantes puede volverse aterrador, toda una pesadilla que viene a refutar todas esas fábulas que de niños
oíamos en la boca de nuestros padres antes de dormir. no fábulas inquieta por lo que muestra, por lo que cuenta, por lo que calla y por lo que sugiere. Y se sabe que la sugestión es una arma poderosísima.


“En el libro de Rezzano hay una escritura áspera, pero de un rigor sutil, sinuoso, retráctil. Como los juguetes de un creador desquiciado, los materiales con los que se compone no fábulas pertenecen a un funcionamiento sin origen patentado, pero donde puede verse la marca de una mueca en forma de bestiario, o mejor, de no bestiario, que es una manera proverbial de desmentir la fábula. Al no incluir una solución detrás del formato, Rezzano propone cierta ausencia de toda validez en sus poemas, porque estos textos no intentan convencernos de su propuesta, sino que la redistribuyen", observa con mucho acierto desde la contratapa del libro el poeta y escritor Mario Arteca, que el próximo miércoles a las 20, en el Centro Cultural Islas Malvinas (19 y 51) sumará su voz a la del autor en la presentación en sociedad de este magnífico libro.

La no certeza, la destrucción de todo un universo tan onírico como seguro como el que ofrecían esas fábulas que construyeron nuestra psiquis de pequeños, es lo que nos hace tambalear, que nos deja indefensos y en las manos de Rezzano. Así descubriremos en "Patito feo" un cisne que abandona la laguna para adentrarse en el bosque ante esa voz que retumba: "Retorcer el cuello de / un cisne / largo como de jirafa", y que la vida lo llevará a refundarse hasta arribar a la sentencia: "si me queda / una pluma de cisne / con ella redactaré/ mis memorias", o en "Ceremonia" ilustrar: "Será troceado y habrá / para todos menos / para el ciempiés // ocupado en traer / los ecos del pasado / los pasos perdidos / de la noche".

no fábulas inquieta y seduce, tal como lo hacen todas las cosas prohibidas o cubiertas por un halo misterioso. Por eso a ese padre no le extraña que Astor siga recorriendo el living mirando de reojo la biblioteca, el lugar exacto donde está guardado el libro. Y a la noche habrá espacio para caer en el sueño y para que las historias cálidas devengan en estas inquietantes y bellas no fábulas.

 

Flavio Mogetta (diario Diagonales)

Eduardo Rezzano y sus “no fábulas”

 

En primer lugar, impacta la edición aemónica e impecable en cada uno de los aspectos: el formato (el no tan común 20 por 20), la calidad del papel y las ilustraciones de Peca, una platense que vive desde hace una década en Barcelona, donde se dedica a pintar y a realizar cortometrajes de animación (antes había colaborado con las revistas Humor y Rolling Stone). Las trece ilustraciones, que acompañan a otros tantos poemas, no son meros adornos sino el exacto acompañamiento de los versos. Con algo de Rousseau el aduanero, algo del Bosco, Peca nos sobresalta desde un naif enloquecido ya desde los primeros conejos agresivos, vestidos de obispos tuertos y soldados claramente nazis.

 

El autor, Eduardo Rezzano, también nació en La Plata, es músico y poeta, publicó Ningún lugar (Mendoza, 1999) y Gato barcino (Barcelona, 2006). En el comentario de contratapa (recomendable introducción), el también poeta Mario Arteca califica a Rezzano de viajero insomne y describe no fábulas (así, con minúsculas) como un juego no peligroso pero siempre enigmático “donde la compasión es elñ anexo desprevenido de la perversión”. Luego, certeramente, caracteriza los poemas como “los juguetes de un creador desquiciado”. Y parecen ser precisamente eso, una rara alquimia que convierte “estos poemas de infancia” (como define Eduardo en la dedicatoria) en poemas de un escritor adulto que no ha quedado fijado en el mero recuerdo. “La velamos hasta / que se acabó el whisky”.

 

A modo de epígrafe, el libro se abre con dos líneas esclarecedoras: “Si el lenguaje nos hace humanos, la poesía nos ofrece el antídoto para devenir otra cosa”.

 

Jorge Goyeneche (diario El Día)

 

 

 

 

 

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