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Caminar en círculos

 

La poesía inquieta al lenguaje, lo mueve allí donde el sonido “nos hace más” que el significado. Tal vez lo contemporáneo de una obra no sólo no esté en su contenido sino incluso en su contra ¿cómo si se burlara?, para darle sentido y encomendarnos al desconcierto. La poesía se dirige al lenguaje mismo. Así, Eduardo Rezzano lleva las palabras a la página, las hace valer en sustantivo, para acercar al lector hasta un espacio que, de inmediato, se fuga.

 

“Ningún lugar”, ningún sitio para ocupar un cuerpo. Los ojos y la boca ¿del lector? se agrandan, quisieran pedir que “la cosa” no se retire, pero el poeta insiste: “Ningún lugar”, todavía. Y nos hace caminar en círculos, tratar de acceder a alguna huella, no sólo a los restos, pedazos de otros que hieden.

 

Todo poeta es un emigrante, lleva la marca del descontento y, como dice Marina Tsvietáieva, incluso en su casa se lo puede reconocer. Entonces, en su escribirnos, Eduardo Rezzano nos señala LA DESPEDIDA, ni el sol ni la sombra darán refugio hasta llegar a alguna TRANSICIÓN y, con los pajaritos, el sol, la tristeza del patio habrá una alegría desbordada, una especie de recuerdo del otro que invita a cuidarlo y navajazo tras / navajazo / afeitan sus barbas / para no pincharle los senos. Sin embargo, son los objetos –el sombrero, la bufanda, el corpiño, el respaldo de la silla– los que esperan en ningún paraje donde, junto al otro, también el tiempo anterior se diluye.

 

Pero, y Eduardo lo sabe, es imposible salirse de la historia, nuestros días son la coexistencia de los tiempos, del comienzo y del fin. Por eso nos muestra “El Paraíso”: ... Mejor parir que escoger / peor parir // Mejor trepar que caer / peor trepar (...) Mejor volver que seguir / peor volver.

Si es “peor volver”, regresemos a un sitio más cercano, más actual, allí donde volvió a haber sal / donde la sal se / había agotado. En la vuelta, junto al otro, aún en lo abierto, en la coincidencia del todo lugar sucede que bajo mi suela aplasté / civilizaciones / y pueblos enteros / gritaron de / espanto.

 

“¡Ah!, la complejidad”, nos avisa Eduardo Rezzano, entre el muñeco, la marioneta, y ser una “máquina de escándalo”. No hay piedad, no es necesaria allí donde se nombra, donde se ofrece la bandeja con la verdad expuesta.

 

Después de la travesía por “Ningún lugar”, llegamos a una zona, otra más, donde lo animal atañe al sujeto, donde los cuerpos a veces se anudan (madre-hija), otras se degüellan (jabalíes-secretarias, antílopes-ángeles). Allí, en el barrio, como en cualquier lugar de la tierra, como en sus campos de batalla, está la totalidad y el presente. Pero lo contemporáneo no abarca todo nuestro tiempo. La época de Goethe es, a la vez, la época de Napoleón y de Beethoven. O, las matanzas, la desgarrada carne del desatino, es la época de Rilke. O, nuevamente matanzas y, a la vez, Enrique Molina y Gonzalo Rojas.

 

Hay una unión forzada del poeta con su tiempo, fatalidad del siglo que nos ha tocado vivir. Eduardo Rezzano nos alerta en “Fuga”: Hay cosas que basta con / que uno las nombre para / que existan.

 

No nos es posible crear lo ya creado. Se crea –triunfo del poeta y de la poesía– solamente hacia el futuro.

 

Susana Szwarc

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