Brindis
Cuando sintonizaba mi programa favorito y escuchaba: “Ésta es la radio del fin del tiempo, al menos por ahora”, yo lo creía, o aceptaba el juego, a una hora en la que se acepta el último trago antes del súbito cambio de estación. Luego supe que quien hablaba con esa rara cadencia había muerto en un bombardeo, casi ciego por la absenta, y que el programa iba grabado.
Se llamaba Felipe de Urzuaga, quinto hijo varón de mi propia madre. Para él, mi recuerdo sensible. En su honor, mi penúltima copa desde una ciudad sin nombre que no me fue presentada.
Niño del charco
Corrió y dobló por Doctor Santero. Todavía estaba oscuro y había una gallina muerta en la calle. Se escondió entre los desechos saqueados del Carrefour y esperó temblando hasta el amanecer. Lo encontraron con siete años menos, pequeño hombre lobo, otra vez inocente de matar a sus hermanos. A su lado, la luna roja encharcada, testigo y cómplice de una noche sin tregua, se desvanecía.
Cochinita Pibil
Me pusieron a moler maíz y, para dificultarme la tarea, soltaron unas cuantas gallinas a mi alrededor; Cochinita Pibil, que me observaba desde el chiquero, se reía llevándose las manos a la boca y daba pataditas a un madero que llevaba grabado su nombre. Las horas pasaban y me sentía afiebrado; cuanto más cansadas tenía las rodillas, más infructuosos resultaban mis manotazos al aire: a cada manotazo, un picotazo.
Se hizo de noche y quise irme, y fue en ese momento cuando descubrí que no estaba allí por mi propia voluntad. Cochinita Pibil tampoco era libre de marcharse; pero, a la vez que acomodaba cajas con una lentitud exasperante, parecía disfrutar con el triste espectáculo que a disgusto me tocaba ofrecer.
No hacía frío y me eché a dormir en un rincón; a la mañana terminaría con el maíz. La expectativa de un trabajo bien hecho me permitió descansar sin culpas y soñé que iba en un barco por el Pacífico; mi camarote estaba infestado de cucarachas que caminaban presas de una gran excitación, quizás por los nervios de saberse en alta mar, quizás por desconocer mi incapacidad de hacerles daño.
Carolina
Se desvistió frente al espejo, espejo enamorado.
Verdades a medias
Hay árboles
que esperan a morir
para empezar a hablarnos
De ellos he aprendido
algunas verdades a medias
y otras que me permiten
intentar algunos trucos
como detener el tiempo
cuando un rayo de luz
se posa en tu mano
y la abre
o hacer girar la cabeza
hasta que rueda calle abajo
y se pierde
Música
A través de la ventana
se oía cantar un pájaro
lo curioso era que lo hacía
en re menor y su melodía
era aquella que
como una condena
nos acompañaba desde
que el tiempo era tiempo
Cuando salí con la escopeta
se había ido y con él
la tormenta que amenazaba
con anegar los sembradíos
con él
el vivo recuerdo de una niñez
que no nos convoca
el paso liviano casi etéreo
de las hadas
la música inacabada
de los días en blanco
Visita de médico
El espíritu navideño
pasó con prisa
por mi casa
“Visita de médico”
dijo y vació su bolsa
sobre la mesa
Nos dejó una pila
de blisters caducos
medicamentos de dudosa
procedencia y una
advertencia
“Volveré con más
cuando seamos menos”